El conjunto inglés remontó la eliminatoria con los dobletes del belga Divock Origi (7 y 79) y del holandés Georginio Wijnaldum (54 y 56).
La historia, cíclica como ella sola, devolvió a un histórico Liverpool a su milagro de Estambul y rememoró las pesadillas de un Barcelona que volvió a visitar Roma un año después y que quedó eliminado de la Liga de Campeones en un naufragio para la posteridad.
Una ola en forma de ‘You’ll Never Walk Alone’ recibió al Barcelona en Anfield. Esa fue la parte amable. La realidad a la que venían fueron los pitidos ensordecedores que les despertaron al sacar de centro.
Una tormenta que avisó al Barcelona y que les comprimió los músculos y les metió el miedo de 54.000 gargantas en el cuerpo. Cuando Jordi Alba perdió el balón que desembocó en el gol de Origi, no se sintió como algo extraño.
Parecía la parte escrita de un guión preparado de antemano en Anfield. Un Liverpool al que le daba igual no tener a Mohamed Salah y Roberto Firmino, porque Origi y Shaqiri tomaban sus papeles entonados por la grada. Muy por encima de su nivel real quizás, muy al nivel del escenario.
Compugido y asustado y siempre con Roma en la mente, el Barcelona salió de la cueva, con un Messi buscado continuamente, para encontrarse con Alisson. El guión marcaba que la magia tenía que durar más, que el hechizo no se podía quebrar aún.
Por eso varios disparos de Messi desde la frontal se perdieron más allá de la madera británica. Por eso cada córner suponía que todo Anfield se pusiera de pie. Los amigos ya no existían y Suárez era increpado con cánticos de «Que te den» y tildándole de tramposo.
En la guerra, los amigos se cuentan con los dedos y aunque el Liverpool se precipitaba en la búsqueda del segundo con un eléctrico Mané, el resultado aguantaba.
Solo se tambaleó el guión en los instantes finales de la primera parte, con un disparo raso y lejos de Messi y un mano a mano de Alba con Alisson que salvó el brasileño.
El plan siguió vivo y sufrió el giro de la lesión de Andy Robertson que trasladó a Milner al lateral izquierdo y sacó a Georginio Wijnaldum al medio.
El inicio del segundo tiempo superó el infierno del primero. Wijnaldum terminó por meter al Barça la pesadilla de Roma. El holandés remató un centro abajo de Alexander-Arnold y puso el 2-0. Anfield daba miedo. El holandés remató de cabeza un envío desde la izquierda y puso el 3-0. Anfield aterraba.
Las reminiscencias de la noche en el Olímpico ya eran fotografías en la mente de los jugadores blaugranas.
El terror ya era un jugador más en las filas de los de Ernesto Valverde y mientras se paseaba por el campo, dejó helados a los defensas, que se quedaron parados en un córner y permitieron que Origi, en una jugada inexplicable, anotase libre de marca.
Anfield era el epicentro del miedo mundial. Los cánticos a Origi se entremezclaban con las caras de los blaugranas, incrédulos.
El Liverpool se marchaba 4-0 en el marcador. El Barcelona se entretenía tocando en la frontal. No estaba un Iniesta que lo arreglara. Messi no aparecía. El tiempo se agotaba y The Kop enloquecía.
EL pitido final lo confirmó. Anfield era el centro de la alegría mundial para un Liverpool histórico. Habían logrado el imposible, habían devuelto al Barcelona a Roma, rescatado Estambul y estarán en la final del próximo 1 de junio en el Wanda Metropolitano.
EFE